Notas Artistas

El Matadero
por Patricia Pacino

DANIEL MAMAN FINE ART / ABRIL 2009.

El otro Matadero
Procesar un hecho político a través del arte puede resultar riesgoso, a afecto de caer en obviedades. No es el caso de la obra de Jorge Canale para quien el conflicto del campo, iniciado en marzo de 2008 en la Argentina, fue disparador. Lo que comenzó como una protesta sectorial ante la suba de gravámenes aduaneros devino en una pugna ideológica que activó el maniqueísmo de clase hasta derivar en la antinomia: nosotros o ellos. Una visión retrospectiva a lo largo de nuestra historia nos devuelve el coste de luchas intestinas bajo antagonismos irreconciliables que han sido signo constante de escisión nacional.
El nacimiento de la narrativa argentina ha estado sujeta al problema de la identidad nacional articulada en una dicotomía fundante. Bajo el tópico de civilización o barbarie, la generación literaria de 1837 figuró el cruel enfrentamiento entre unitarios y federales que dividió al país durante años. Así lo representa la obra El Matadero de Esteban Echeverria, sobre la cual Canale vertebra una relación de contrapunto entre el efecto narrativo del cuento y el efecto visual de su propia obra. Guiño que pareciera tomar forma a través de un párrafo del texto: “la escena que se representaba en el matadero era para vista, no para escrita.”
Entre la escritura del cuento de Echeverria y la ejecución de la obra de Canale median ciento setenta y un años. Las coordenadas temporales dialogan y se condensan en el espacio de su instalación. Las circunstancias son similares: la falta de carne en el Matadero de la Convalecencia o ¿la falta de hacienda en el mercado de Liniers? En ambos casos, el conflicto se focaliza en un espacio que es metáfora del cuerpo social de la nación. Pero en tiempos de Echeverria, época de la Federación rosista, el matadero es un lugar primitivo y bestial; una pequeña republiqueta donde la ley cede al instinto y a la crueldad: “Simulacro en pequeño era éste el modo bárbaro con que se ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos individuales y sociales.” fragmento que denuncia el modo en que se operaba políticamente en esos años. El caudillo estaba dispuesto a eliminar todo signo opositor ya que el disenso era sinónimo de exilio o muerte.
Frente al clima político tenso del segundo gobierno de Rosas, a quien la legislatura le había otorgado la suma del poder político, Echeverria, Juan Bautista Alberti y Juan María Gutierrez entre otros se reunían en la clandestinidad comprometidos a delinear a través de las letras un proyecto político para el país. En este contexto, Echeverria pensó a la nación en alteridad con Rosas, remarcando que el cuerpo de la patria es un cuerpo enfermo que hay que sanar o civilizar. Es así como el tropo federales vs. unitarios tiene su correspondencia con carniceros vs. letrados. De la coexistencia violenta de dos mundos enfrentados deviene un destino trágico.
El cuento representa una historia de extremos y adelanta un porvenir que solo clama sangre y venganza. La muerte del unitario en la mesa de tortura alcanza un final paroxístico a manos del juez y sus secuaces; final tristemente premonitorio en la historia argentina.
Si la obra de Echeverria gusta del grotesco, apela a lo deforme y a lo bestial para poner en evidencia la naturaleza del régimen rosista, la obra de Canale gusta del concepto para montar con su ojo constructor el otro Matadero. Aquel que aún conservando en sus entrañas el registro de la intolerancia y la huella de la división, no deja de percibirse como cuerpo colectivo. De hecho, el marco ideológico al que se quiso subsumir la protesta del campo no prendió en la sociedad argentina. Entonces, si invertimos los roles, El Matadero de Echeverria podrá servir de guiño introductor a la obra de Canale: “...para que el lector pueda percibirlo a golpe de ojo- dice el narrador- preciso es hacer un croquis de la localidad”.
La instalación es abierta, móvil, celular, crecida de sangre como llanura sin tranqueras. Unida a la gravedad del suelo, surge la topografía de un organismo que a pesar de su coerción tiende a multiplicarse al infinito. Es que el artista se mueve en opuestos binarios: lo abierto y lo cerrado, lo uno y lo múltiple. De su obra se desprenden otros pares significativos: identidad y alteridad, opresión y libertad. Es en esta dialéctica de opuestos donde el artista busca fraguar sentido a través del espacio. Así su obra dispuesta en juego espacial deriva en su interacción hacia el espacio del espectador. De nada sirve un territorio sin ojos-actores; si no participamos en su recorrido, determinando con cada movimiento diferentes perspectivas visuales. Ya no las del matadero sino un registro o lugar a partir del cual coexista la mirada del otro; mirada ajena que el arte siempre hizo propia.