Notas Artistas

Irrupciones
por Elena Oliveras*

Olga Autunno nos sorprende separándose de las técnicas del grabado -en las que trabajó durante veinte años y dentro de las cuales obtuvo muy importantes reconocimientos- para volcarse, momentáneamente, al ejercicio de la fotografía. Anticonformista, acepta que su obra avance por nuevos caminos despegada de la comodidad del “estilo personal” aceptado. De este modo, la coherencia de su obra deberá ser buscada no en la técnica, que es sólo un medio, sino en el pensamiento que la recorre.
Podríamos decir que, manteniendo la intención de sus grabados, ella sigue, conceptualmente, quitando velos, abriendo cierres y perforando planos para ver más allá. No es casual que, buscando des-velar contenidos, opte por el ojo testimonial, directo, de la cámara fotográfica sin ningún tipo de alteración.
El cambio de técnica traerá aparejado un cambio en los motivos. Los develamientos fotográficos nos apartan de la abstracción de muchos de sus grabados para desembocar en el nivel más realista del paisaje natural. Lo que se mantiene es el registro de la huella. No ya la huella de la mano de la artista que perfora o rasga el papel dibujando puntos y líneas, sino la marca de la mano anónima que irrumpe en el paisaje. Lo que ambas tienen en común es un haber-estado-allí.
Si los grabados e incisiones sobre el plano hablaban de una subjetividad que buscaba su identidad, la nueva serie fotográfica refiere al tránsito de lo humano en la naturaleza. Tránsito indeseable cuando lo que se hace no es cuidarla sino usarla. Por otra parte, ¿qué queda de la búsqueda de la identidad cuando el sujeto rompe el espejo de la naturaleza en el que podía reflejarse? ¿Cómo recuperar la imagen que ella podía brindarle?
La identidad fragmentada (que las huellas digitales de los grabados evidenciaban) se relaciona con la idea de una naturaleza quebrantada, tal como la vemos en las nuevas serie fotográficas. Identidad y naturaleza son, en síntesis, términos contrapuntísticos inseparables, aunque en los nuevos trabajos de Autunno lo humano des-humanizado pase a ser visto como naturaleza des-naturalizada.
Si bien el ser humano está ahora lo ausente -es lo velado que exige ser des-velado-, no es menos cierto que su actuar continúa siendo el centro conceptual de la propuesta. Es el intruso que irrumpe en el medio natural; es la mano que no vemos, pero que estuvo ahí, dejando pruebas evidentes de su paso.
Irrupciones máximas y mínimas
La naturaleza vulnerada sufre irrupciones máximas y mínimas. En el primer caso, se la ve como el recipiente ilimitado de lo descartable, gigantesco basurero de lo que el “progreso” consumista elimina. Todo objeto sometido a una obsolescencia programada podrá encontrar su ‘cementerio’ en la naturaleza y ésta tendrá ‘suerte’ si ese material es, al menos, biodegradable...
La sociedad de consumo, voraz, no podía sino disimular la realidad del progreso como catástrofe y, de modo perverso, triunfa una y otra vez en el enmascaramiento de las consecuencias indeseadas. No es casual que aún en las Irrupciones máximas de Autumno se interponga una suerte de velo seductor, dado por cierto esteticismo del brillo, del contraste, de la transparencia y del reflejo.
En las Irrupciones mínimas la invasión es casi imperceptible; aparece camuflada, pero no por eso resulta menos significativa en tanto punto inicial de un flujo que se propaga sin control. Así, en toda su significatividad futura, es captada por el ojo de la cámara, dirigido por el ojo de la artista. Ojo testigo que, acercándose a la estrategia de fragmentación de los grabados, recorta, señala y magnifica para superar el estado an-estésico, la insensibilidad generalizada. Nada mejor, para lograrlo, que la conexión directa con lo representado, con esa especie de “emanación del objeto” que la cámara registra.
Si en algunas fotografías de Autunno la desaprensión de la mano anónima refiere al desapego afectivo que lleva a descuidar lo propio, en otras es la precariedad de la existencia cotidiana lo que conduce a la ocupación del medio natural. La violencia a la naturaleza, tal como la encontramos en La vida frágil, tiene un objetivo: sobrevivir en las condiciones mínimas de las villas improvisadas.
Pero más allá de todo tipo de irrupción, algo de la naturaleza sigue en pie: es su misterio originado en una energía desconocida y, por eso mismo, invulnerable. La naturaleza resiste retrayéndose, conservando misterio, belleza y sublimidad. Es lo que muestra la profusión de hojas de La belleza suspendida que conservan, en el mundo de hoy, todo el encanto original. Así, al misterio primario de la naturaleza se suma el de una energía que resiste. A pesar del desprecio, sigue beneficiándonos. Pero una pregunta queda latente: ¿hasta cuándo?
                               
*Miembro de la Asociación  Argentina e Internacional de Críticos de Arte