Notas Artistas

Entrevista a Julián Agosta
por Por Melisa Mett

¿Qué significa para vos el arte?

Un compromiso. Un compromiso con la sociedad, con uno mismo, con los que creen en uno. La responsabilidad de poder expresarse a través de un objeto supuestamente estético. Y poder joder. El arte tiene que joder. No puede ser pasatista, no puede ser lindo para el bolsillo del caballero y la cartera de la dama. Tiene que determinar su presencia. El arte es bueno o malo; no tiene porque gustar, tiene que emocionar.
En la obra de arte hay dos emociones que se encuentran: la de uno que pudo expresar en su trabajo el propio pensamiento y la emoción de quien lo recibe.

¿Qué es lo que te emociona y te lleva a crear?

Me emociona enormemente todo lo que nos pasa a nosotros en América. Hace unos meses estuve en Tilcara con un amigo y al contemplar las montañas, no podí­amos más que llorar. Era tan fuerte que hasta me sentí­a provocado por todo eso. Provocado, en el buen sentido. Volví­ a Buenos Aires tan emocionado, que me puse a trabajar como loco.

¿Cuál es tu referente en el arte?

Hace muchos años que mi referente es América. De hecho pasé del constructivismo ruso al constructivismo universalista de Torres Garcí­a, que es un pensamiento americano. Uno busca en las raí­ces, aunque yo no tengo una gota de sangre que no sea europea. Soy hijo de italianos, pero no me interesa Europa. Hurgo y trato de buscar en nuestras fuentes. El aquí­ y ahora. Uno debe ser fiel al lugar donde nació, o eligió para vivir, y al tiempo en que le toca vivir. No se puede estar haciendo sólo figuritas renacentistas o expresionistas de fin del siglo IX. Uno tiene que hacer hoy y acá. Sino, sos un desclasado, estás en otro lado.

¿Qué pensás del arte actual?

Estamos en una época donde todo vale. Y no estoy de acuerdo con eso, porque hay reglas básicas que no se pueden violar. Las cosas que se hacen ahora, hace cincuenta años se hicieron, pero con una actitud de protesta, revolucionaria, buscando romper con ciertos esquemas que habí­a. Tení­an una razón de ser. Hoy en dí­a no la tienen, para nada. Si uno quiere poner resistencias al sistema la manera no es esa, hay otras formas. Por eso el arte también es militancia. Que le llegue a muchos o sólo algunos, lo que uno quiere expresar, no lo sé.

¿No te importa que otros no te entiendan?

No me importa demasiado. Creo que esto tiene mucho que ver con los que hacen arte conceptual. Yo estoy absolutamente en desacuerdo con los conceptualistas porque magnificar un concepto es otra rama del arte, es literatura. La plástica tiene sus propios códigos. Para ver una obra de arte, es necesario saber leerla. Tiene un propio vocabulario que no tiene nada que ver con el común.

¿Cómo es para vos un dí­a sin arte?

Absolutamente vací­o. Ahora hace como quince dí­as que, con el tema de la muestra, no trabajo y estoy loco. Exponer es para mí­ un gran esfuerzo: hacer un buen catálogo, hacer buenas fotos y que la presentación la realice un amigo que conozca lo que hago, que sepa expresar con palabras lo quise hacer con un objeto. No soy feliz con todo eso; sólo lo soy estando en mi taller con mis alumnos, trabajando.

¿Cómo es tu taller?

En el taller se gesta un clima agradable, hay buena onda. Si bien mis alumnos poseen edades muy disí­miles (de veinticinco, cuarenta y sesenta años) hay una hermandad a través del objeto que crean.
Cada cual trabaja en lo suyo, pero hay espacios para intercambiar ideas, hablar de lo ideológico, de lo filosófico, de lo plástico, ver si el trabajo está bien resuelto o si no lo está.
También trato de que estudien, de que lean. Les presto libros y hay muchos que no vuelven... (Sonrí­e).
Por lo menos una vez al mes comemos en el taller y alguien se encarga de cocinar. Generalmente me enganchan a mí­ porque me gusta hacerlo.
Hay un clima muy cordial y me siento absolutamente responsable de que así­ sea.

¿Cuál es tu función?

Mi función en el taller, es acelerar el proceso de conocimiento. Yo entiendo que cualquiera que se pone a estudiar y trabajar, puede hacerlo solo. Quién tiene un maestro que lo guí­e, apresura el proceso de conocimiento. Lo que le puede llevar a una persona, quizás, cinco años, se puede hacer en seis meses; porque el profesor le da los elementos necesarios para que se desarrolle y crezca.
En realidad, yo no tengo alumnos porque me pagan. Me gusta tenerlos por la satisfacción de poder ayudarlos y no por lo que signifique el dinero.

¿Te considerás un maestro?

No. Me tildan de maestro pero, no. Me parece que la palabra es muy grandilocuente. Soy responsable. En mi función de dirigir el taller cae la responsabilidad de que mis alumnos puedan expresarse, involucrándome sólo en las correcciones, pero no en la forma estética. Por supuesto que bajo lí­nea. No serí­a un ser humano normal sino lo hiciera. Se produce así­, un ida y vuelta. Yo tengo veinticinco alumnos trabajando en mi taller y soy uno para corregir a todos, pero al mismo tiempo, son ellos los que me aportan a mí­. Es decir uno está trabajando y de alguna manera les afana cosas.

¿Cuál es tu metodologí­a?

El método que empleo es la corrección. Ellos empiezan trabajando y los corrijo sobre lo que hacen, para que desarrollen su propio intelecto. No les digo lo que tienen que hacer, sino serí­an los hacedores de una idea mí­a. Harí­an un trabajo que en realidad es mí­o.
Trato de conmover su yo interior para que se expresen. Yo quiero que trabajen libremente, e incluso que se animen a pegarle un hachazo si el trabajo lo requiere. Todo esto sea para que se encuentren a sí­ mismos.

¿Cuál es una buena obra?

La buena obra es la que se distingue por poseer un contenido que logra conmover.
En arte hay quienes tiene un gran oficio, que manejan el material y hacen lo que quieren, pero sus trabajos son huecos de contenido. Al no poseerlo, el artista también es hueco, vací­o; no logra expresarse, no puede decirlo. Un cuadro puede estar perfectamente hecho, (en su equilibrio, en la composición, en sus tensiones y en el tratamiento del color) todo bárbaro, fantástico, pero no consigue moverme un pelo.

¿Qué esperás de tus alumnos?

Espero que se desarrollen, que vayan logrando cubrir las propias expectativas. Por supuesto al principio, cuando uno muestra un trabajo, se encuentra lleno de dudas porque es como estar desnudo delante de todo el mundo. Desnuda tu parte interior. De alguna manera intento contribuir para que esto no les produzca pudor, sino placer. El placer de mostrarse tal cual uno es.

¿Cuándo considerás que un alumno ha alcanzado su propia identidad?

Eso es bastante difí­cil de determinar. Para empezar tiene que reconocerse él en el objeto que hace. Reconocer la propia identidad es complicado porque es muy fluctuante. Mañana puedo no estar haciendo lo mismo que ahora.
Lo más difí­cil de lograr es la forma propia. Uno la va incorporando involuntariamente y esto se trasluce en los objetos.
Cuando un alumno alcanzó su identidad, es necesario decirle: Andá a tu taller y trabajá solo; no vengas más. Me acuerdo de una situación que me comentó un pintor amigo, Alberto Del Monte, y del planteo que les hizo a sus alumnas pidiéndoles que no asistieran más al taller. Ellas, enojadas, decí­an: ¡Nos estás echando! Y él les respondí­a: No, ustedes crecieron. Tiene alas, vuelen solas.

¿Qué sentí­s cuando un alumno adquiere su identidad?

Me siento realizado. Porque los alumnos son como hijos, uno estuvo amasándolos como el panadero que espera que el pan le salga perfumado, crocante, rico.
Es realmente satisfactorio comprobar que el alumno ha logrado consustanciarse con la idea de resistir el tremendo influjo de masificación cultural, en la cual todo el mundo está inmerso en una inmensa bola donde todos dicen lo mismo y se expresan de igual manera. Esto no debe ser así­ porque no es similar un europeo, que un africano o un oriental que un americano. Cada uno debe defender su presencia.

¿Cómo contribuí­s a evitar la masificación?

Proponiendo a mis alumnos que se miren el ombligo, que miren para adentro, y a partir de lo que hay en el interior de cada uno, puedan expresar sus ideas a través del arte. Al fin de cuentas quienes realizaron este camino, son los que a través de la historia, han ido avanzando sobre el resto de la sociedad. Los polí­ticos generalmente no progresan, se remiten a hechos anteriores. El que se adelanta, siempre, es el artista, el verdadero artista. Intento dí­a a dí­a que mis alumnos sean verdaderos artistas...