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miércoles 16 de julio, 2008
JUAN MELÉ
Galería Van Eyck
por Rodrigo Alonso
JUAN MELÉ
 

El conjunto de piezas de Juan Melé que se exhibe en la Galerí­a Van Eyck pone de manifiesto no sólo la vitalidad de este legendario artista, sino particularmente, su capacidad para explorar el inagotable universo de las formas concretas.

El conjunto de piezas de Juan Melé que se exhibe en la Galerí­a Van Eyck pone de manifiesto no sólo la vitalidad de este legendario artista, sino particularmente, su capacidad para explorar el inagotable universo de las formas concretas.
Las obras despliegan una variedad de medios, soluciones formales y sistemas compositivos. Desde el neón a la madera policromada, de la acumulación de volúmenes a la superposición lineal, de la investigación lumí­nica a la vibración cromática, una pluralidad de recursos cobra vida en las manos de Melé evidenciando caminos siempre renovados para el lenguaje plástico.
El marco actúa casi siempre como una arena para la composición. En su interior se libra una batalla de volúmenes, lí­neas y formas geométricas, acompañada por sutiles variaciones cromáticas y lumí­nicas, ajustados juegos de sombras, estudiados recortes, pliegues y dobleces. Un particular gusto por esconder las fuentes lumí­nicas y de color hace que éstas aparezcan como espectros fantasmagóricos sobre las obras. Como resultado, existe una tensión notoria entre lo que se ve y lo que se insinúa, entre lo que actúa desde su presencia real y lo que se manifiesta desde lo oculto, desde un reverso vedado al espectador a no ser por sus consecuencias visuales.
El equilibrio es casi una regla de oro. De hecho, el juego de las formas se resuelve indefectiblemente en él, se ajusta suavemente hasta encontrar la posición donde las energí­as de balancean y las fuerzas visuales se complementan. Nada escapa a esta ley, ni siquiera el empleo del color, las incursiones del vací­o, las emisiones de luz.
Pero ese equilibrio jamás es estático, sino dinámico. Así­ como aparece como un dato evidente en la obra final, no deja de sustentarse sobre bases aparentemente inestables, que amenazan sin cesar su triunfo momentáneo. Todo es dinamismo y balance a la vez. La estabilidad de cada forma es desafiada por el color, la lí­nea o la luz con la que dialoga en contrapunto. La estabilidad final, en todo caso, es el resultado de una lucha y no de un estatismo previsto de antemano. Y esa lucha permanece como potencia en cada obra, pulsa en lo más í­ntimo de su léxico compositivo, estimulando no sólo el juego de las formas sino también, y fundamentalmente, el diálogo de aquellas con el espectador.
Otro elemento clave, relacionado con el anterior, es el ritmo. Si Kandinsky postuló su presencia en las artes visuales como una continuación de la música, entonces habrí­a que decir que las obras de Juan Melé son musicales. No serí­a inexacto sostener que cada cuadro es como una sinfoní­a; la relación entre cada una de sus partes bien podrí­a ser descripta como orquestal. Como en una orquesta, cada elemento individual queda reforzado por el contiguo y por la totalidad. Y esto se verifica en cada una de las obras, más allá de sus particularidades, de la extrema diversidad de formas y medios que las habitan, y de los planteos más disí­miles pergeñados por la cabeza de su autor.
Para todas sus piezas, Melé reserva el nombre invariante de Relieves. Pero serí­a un gran error guiarse por esa invariancia a la hora de contemplarlas. Quizás no sea exagerado decir que el vocabulario formal de Juan Melé es uno de los más diversos que han fecundado en el seno del arte concreto.

Hasta el 26 de agosto en la Galerí­a Van Eyck, Av. Santa Fe 834.