News Argentina

miércoles 16 de julio, 2008
JUAN CARLOS DISTÉFANO
Con los colores de La Boca
Costa Peuser, Marcela
por Marcela Costa Peuser
JUAN CARLOS DISTÉFANO
 

Entrevistamos a Juan Carlos Distéfano, en la galerí­a, pocos dí­as antes de la inauguración de su muestra. Un artista í­ntegro que conjuga la nobleza del oficio con la alegrí­a de la experimentación.

Entrevistamos a Juan Carlos Distéfano, en la galerí­a, pocos dí­as antes de la inauguración de su muestra. Un artista í­ntegro que conjuga la nobleza del oficio con la alegrí­a de la experimentación. Una obra sin grietas con la que logra una complicidad como la que tiene con su compañera de vida, Griselda Gambaro. Una voz que despierta ecos en quien lo escucha, ecos de sus propias certezas.

Esta es una verdadera historia de amor. Una historia que comenzó hace años en algún rincón de la infancia, allí­ donde la memoria se esconde. Una historia que se renueva dí­a a dí­a con la fuerza de la pasión. Una historia que se nutre de una caricia tibia y precisa y que se dibuja con la imagen rotunda nacida del fondo del corazón.
Desde muy chico me gustó dibujar; soñaba con ser pintor y comencé a pintar. En un momento, seguramente por el enamoramiento con el material, me incliné por la escultura. El acto de modelar resulta totalmente sensual, las manos tocan, acarician, es lo mas cercano a lo amatorio. Esto fue por los años 60 con las obras de la neofiguración de la época de De la Vega. Hasta ese momento pintaba, era una pintura violenta, expresionista y necesité hacer una especie de casamiento entre el color y el volumen. Trabajé con papel maché, alambre y yeso, hací­a unas especie de caretas, pero se rompí­an. Comencé a modelar con arcilla y sacar el molde, pero aún no habí­a encontrado el material. Llegué a él a través de Emilio Renart, quien habí­a hecho el curso Plástico por plásticos, al que también concurrieron Rogelio Polesello, Pablo Suárez, y Jorge Glusberg. Por el tradicional sistema de prueba y error fui aprendiendo a conocer el material. Al principio lo pintaba, hasta que me di cuenta que podí­a incorporarle el color porque existí­an pigmentos adecuados para ello. Comencé a experimentar, me equivoqué una y otra vez hasta que también aprendí­ a controlar el color.

El sol amanece temprano en La Boca; se despereza en las calmas aguas del Rí­o de la Plata y sus primeros rayos pintan de colores primarios las anónimas barcazas. Luego, muy lentamente se introducen en el patio. Un pájaro canta , su canto despierta a otro y éste a su vez a otro. Un hombre abre los ojos y agradece el nuevo dí­a. Es agnóstico, no cree en Dios pero sí­ en la Naturaleza y en su propia naturaleza. En su naturaleza humana, sabia y creadora. El hombre tiene la imagen. Cierra los ojos, la observa; la dibuja una y otra vez. Vuelve a cerrar los ojos, la modela, la acaricia, la siente. profundamente agradecido, inmensamente feliz.
La arcilla se entrega, confiada, como la mujer amada, en manos de su escultor. Al principio no se parece a nada pero, poco a poco, caricia a caricia, va tomando forma y se acerca a la imagen soñada por él.

¿Cómo es mi rutina de trabajo? Me despierto muy temprano, cerca de las cinco de la mañana y me levanto sin molestar a Griselda; llego al taller entre las seis y las siete. ¡Me encantan las mañanas con el sol de La Boca! Soy muy lento y cada obra me lleva mucho tiempo; la serie Kinderspelen me llevó tres años. La primera imagen de una obra surge completa. Ya tiene volumen y color, incluso una posición. Trato de dibujarla desde todos los ángulos posibles, pero el mismo material me va indicando por dónde seguir. Trato de no obsesionarme con una idea, dejo que nazca y que intervenga el azar. Mi obra Acción directa, expuesta en el Museo Nacional de Bellas Artes 1998, por ejemplo, nació de la imagen de un recuerdo de la infancia: alguien que quiere desenredar un barrilete del cable de un poste de luz. La imagen estaba allí­, de pronto ví­ que se parecí­a a una crucifixión y recordé a un director de cine norteamericano que sostení­a que para que lo reconocieran como tal, tení­a que filmar un western. Pensé entonces que para que me reconocieran como artista occidental, serí­a bueno hacer una crucifixión. Portadora de la palabra, mi obra más reciente, tiene que ver con esa locura que deviene cuando no podemos manejar la realidad, cuando el mundo nos bombardea. Pero lo que quiero destacar es que no importan las motivaciones que tenga el artista para su trabajo porque creo que la llamada obra de arte, cuanto más lejos está de la idea de origen es mejor. La verdadera obra de arte es una llave que puede abrir caminos; de alguna manera es un espejo del que mira: y él ve lo que quiere, o lo que puede ver.
¿Mi obra favorita? Es la que estoy por hacer. ¡En esa no me equivoco! La próxima es un homenaje a Cúnsolo, pintor de La Boca. Un verdadero y extraordinario artista. La imagen ya la tengo y el color... ¡los colores de La Boca!

El sol se recuesta en el horizonte mientras los colores, una vez mas se sumergen en las largas sombras de la tarde. La arcilla ya tiene forma y él recuerda su propia historia de amor. Esa historia que comenzó el dí­a que decidió ser escultor.

Perfil

Juan Carlos Distéfano nació en 1937 en Villa Adelina, Gran Buenos Aires. En 1960 organizó el departamento de Diseño Gráfico del Instituto Di Tella. Realizó su primera muestra individual en la galerí­a Rioboó-Nueva. Comienza a dedicarse a la escultura en 1966. En 1968 participó en la Bienal de San Pablo. En 1991 la Fundación San Telmo organiza su primera retrospectiva y expone en Ruth Benzacar. En 1998 se hace su retrospectiva en el MNBA.