Nota publicada online

jueves 18 de mayo, 2017
Tulio Romano en el Palais de Glace
por Lorena Alfonso
 Tulio Romano en el Palais de Glace

Tulio Romano nos ofrece la posibilidad de experimentar su máquina del tiempo. 

La imagen más común de una máquina del tiempo es un artefacto que realiza un viaje hacia diferentes épocas, pasadas o futuras. La traslación es posible gracias al movimiento veloz. La retrospectiva del escultor Tulio Romano en el Palais de Glace parece ir hacia -y contra- ese sentido común. En sus esculturas dibujos, instalaciones y serigrafías, los personajes (sean humanos o animales) se encuentran realizando algún tipo de acción: gritan, pelean, corren, sonríen, duermen, meditan, deliran. Esas pequeñas agitaciones temporales se fijan en la materia representando no sólo una escena sino también una reflexión transversal sobre nuestro contexto histórico -que a simple vista puede pasar desapercibida-. El conjunto articula los trabajos realizados durante más de treinta años (1985 a 2017) y revela otras posibilidades desconocidas de la “máquina”.

El recorrido por la sala circular produce un curioso mareo, se está en el mismo lugar y en otro diferente al mismo tiempo. En el centro, como un Tupac Amaru tirado por caballos, se ubica una instalación de madera que encuentra un sostén particular en el nombre Elástico y que, en consonancia con las demás piezas escultóricas esparcidas en el espacio, contribuye a definir la búsqueda del artista en la transformación de lo informe: la tensión entre lo duro y lo blando. En El petiso delator (1985), una de las primeras obras, la figura se representa rasgada, deforme, a diferencia de otras esculturas donde la figuración es más clara (Marcha, Carrera, Televisor). En las paredes se exhiben nuevas serigrafías que enfatizan el uso del color que Romano pinta en sus piezas de madera de distintas épocas y cuyo choque experimentamos más patentemente en obras como Selfie –que cuelga del techo- y Choclo –multicolor objeto inanimado-. La combinación de bocetos y dibujos junto a las esculturas que fueron su consecuencia temporal subsiguiente maravilla en una sala contigua donde se exhiben en vertiginosa marcha pequeñas esculturas denominadas Carrera, Adrenalina, Corredor, etcétera.

La mezcla de obras de diferentes épocas otorga a la exposición un ritmo dinámico que no se ajusta a ningún orden cronológico. Esculturas blandas se alejan y arriman a remolinos de tiras de madera, una Lombriz asciende mientras una agitada pelea (tallada en un solo bloque de madera) sucede en las inmediaciones, un gordo personaje sonríe desde la caja de un Televisor de piedra y otro hace una Chilena picante en el aire. El humor acompaña en cámara lenta las situaciones que estallan en la sala así como en el ritmo cotidiano del taller el escultor transfiguró el eco de la materia en un baile de formas.

Tulio Romano nos ofrece la posibilidad de experimentar su máquina del tiempo. Un artefacto capaz de producir troncos que gritan, texturas que expresen sentimientos, colores que colmen nuestras esperanzas y la contradictoria simultaneidad de un tiempo en movimiento suspendido en la espiralada aventura de la metamorfosis de la madera. 

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