Nota publicada online

miércoles 1 de julio, 2015
Sophie Calle
A corazón abierto
por Marina Oybin
Sophie Calle

En su paso por Buenos Aires para presentar su mega instalación “Cuídese mucho”, la artista habló de su vertiginosa vida, sus amores y sus obras: aspectos inseparables de una biografía intensa y singular.   

En una antigua fábrica devenida moderno loft-taller, al sur de París, Sophie Calle convive con decenas de animales embalsamados: un tigre, cabezas de toros, flamencos, pavos reales, lechuzas, monos, un oso y hasta una cabeza de jirafa. La eligió porque le recuerda a su madre: le puso su nombre. Cuenta la artista que Monique, la jirafa, la mira desde las alturas con tristeza. “Me gusta poner en mi casa este tipo de taxidermia: me atrae estéticamente. Los animal es representan a mis amigos y seres queridos”, dice Sophie Calle, ícono del arte contemporáneo, en su visita a Buenos Aires.

Invitada por la Bienal de Performance BP. 15, Sophie Calle (París, 1953) vino para presentar la instalación Cuídese mucho, que se exhibió en el pabellón francés en la Bienal de Venecia en 2007, luego recorrió el mundo, y ahora puede visitarse hasta el 23 de agosto en el flamante Centro Cultural Kirchner (CCK), en el edificio del ex Correo Central.

Nos encontramos con Sophie en un salón de estilo francés del CCK. Elegante, delgada, la artista francesa suele usar enormes gafas. Sophie es reconocida en el mundo por plantar en el centro de la escena sus propias experiencias vitales. Desde hace tres décadas, hace de su vida una obra. Ella dirá que solo exhibe una parte.

Bienal de performance (BP.15), Buenos Aires, 2015. Con motivo de la instalación “Cuídese mucho” Sophie Calle ha invitado a siete hombres para que interpreten su carta de ruptura. Con la curaduría y dirección artística de Maricel Álvarez.

Lo suyo es explorar la complejidad de las relaciones, ver cómo cala profundo la mirada de los otros. Hurgar en el dolor, en la ausencia, en las obsesiones, en el amor. Y lo hace mostrando su propia intimidad o metiéndose en los poros de desconocidos a los que sigue y espía. Luego, despliega relatos en performances, libros, fotografías, videos, filmes y textos.

Flâneur contemporánea, detective de personajes elegidos al azar, Sophie espió a extraños por la calle, los fotografió y tomó nota de lo que hacían. Siguió a desconocidos al punto de ir tras los pasos de un hombre hasta Venecia. “Me interesa cómo se construye una obsesión -dice-. Saber que comía carne en tal sitio era una información que llegó a conmoverme. Al seguirlo, me imponía un ritual”.

Con su afán voyaeur, llegó a convertirse en empleada de limpieza para trabajar en un hotel en Venecia. Espió y fotografió cuartos: transformó simples objetos en huellas descifrables. Con rapidez, dejaba la habitación pulcra, luego analizaba los objetos, leía notas, revisaba pertenencias de los huéspedes. Se propuso hacer retratos de ausentes.

-Nunca sentí temor. Apenas un poquito de ansiedad. Como cuando invitaba a desconocidos a dormir a mi casa: ellos tenían más razones que yo para tener miedo.

En el camino en el que indagó en su propia intimidad, la más célebre de las artistas conceptuales francesas trabajó con el mail que le envió su ex pareja. Un adiós que la dejó sin aliento. “Cuídese mucho”: con estas palabras finalizaba el correo de G. (el escritor Grégoire Bouillier) que da título a su mega obra.

“(…) sería la peor de las farsas tratar de prolongar una situación que, lo sabe tan bien como yo, ya no tiene remedio por respeto al amor que le tengo y al amor que me tiene y que me obliga a ser franco con usted, como un último tributo a lo que compartimos y que será, por siempre, algo único. Me hubiese gustado que las cosas fuesen de otro modo. Cuídese mucho”. Así termina el mail que Sophie leyó en su teléfono celular, en un viaje.

No supo qué responder. El tiempo se detuvo: lo amaba. Se sintió tan aturdida que no pudo distinguir si se trataba de una despedida o si aún había esperanzas. “Terminaba con las palabras cuídese mucho. Y así lo hice: le pedí a 107 mujeres, elegidas por su profesión o habilidades, que me ayudaran a interpretar este mail (…). Era una forma de darme tiempo de cortar, a mi ritmo”.

 

Aunque siente que en las relaciones amorosas siempre es la que más pierde, Sophie no busca desatar una conjura contra el dolor. “No lo hago para resolver mis problemas ni como venganza hacia este hombre. Para mí esto no es algo personal, es un análisis, un juego, una búsqueda estética”.

Artista singular, Sophie buscó entender, iluminar la opacidad de la palabra, abrir líneas de análisis desde miradas plurales. El resultado: la disección de un mensaje de despedida.

-¿Por qué tratás a tus parejas de usted?

-Pone más distancia. Cuando se usa elustedno se puede ser demasiado vulgar, gritar o insultar. En general se trata detua todos, en cambio así hay una diferencia: la diferencia del amor. Es algo especial: como alguien que amás es más especial que todos.

-¿Hoy duele menos el amor?

-Cuando un hombre me dejaba a los veinte, no sabía cómo manejar mi soledad, mi dolor. Ahora, todo importa menos. Aprendés a defenderte, a hacerte amigos que te protegen. Aprendés a estar solo y que esa soledad es la vida.

Con textos, fotografías y unos cuarenta videos, en Cuídese mucho Sophie indagó  en ese mail que la dejó entre las cuerdas.

-Con G. nos volvimos a ver. Yo tenía miedo de su reacción: para él fue muy difícil, fue un golpe terrible. No le gustó ser el protagonista, pero le gustó el proyecto en el plano artístico e intelectual. Me dijo: “Respeto la idea y no quiero saber más”. Tuvo una nobleza increíble: no hizo nada contra la exposición.

Hubo otras historias de ruptura que golpearon a Sophie al punto de dejarle el corazón en carne viva: necesitó indagar, explorar en esa pena que no tiene vuelta atrás. En 1984, la artista viajó a Japón por una beca de estudios. En París, quedaba su amor y una promesa: se encontrarían en la India después de la beca. Sophie viajó al sitio pautado. Pero, con un telegrama, él rompió el pacto de amor un día antes de la ansiada fecha de reencuentro.

Ya en Francia, en 1985, Sophie decidió contar su sufrimiento. “En contrapartida -dice- les pregunté a mis amigos y conocidos cuándo vivieron su mayor sufrimiento. Este intercambio llegaría a su fin cuando, de tanto contarla, yo hubiera agotado mi propia historia, o cuando mi pena se hubiera relativizado frente a la de los demás. El método fue radical: tres meses más tarde estaba curada”.

Cuenta regresiva hacia la herida abierta, Dolor exquisito incluye noventa y dos fotografías y algunos objetos efímeros que recuerdan cada uno de los días del viaje previo a la ruptura. Además, una reconstrucción tridimensional de la habitación 261 del hotel Imperial, lugar de la cita fallida.

Hay en los amores de Sophie un destino trágico. “No Sex Last Night” (“Sin sexo la última noche”), 1992, es una road movie real que filmó junto a su ex pareja, el fotógrafo norteamericano Greg Shephard. En un intento desesperado por retenerlo, la artista le propuso un viaje. La relación estaba quebrada: ni siquiera se dirigían la palabra. El soñaba con hacer una película. Sophie encontró en las cámaras un pretexto para pasar más tiempo a su lado. En la ruta, desde Nueva York hasta Los Angeles, Sophie y Greg se filmaron mutuamente. Es la vida real de una pareja “miserable”, como la definió la artista. Ella logró su objetivo: casamiento express en Las Vegas, después de parar incontables veces para reparar el Cadillac destartalado. Después de soportar que llamara a escondidas a otra mujer. Que le reclamara dinero. Y que la rechazara sexualmente una y otra vez.                                                                 

-Estuvimos casados un año, hasta que terminamos la película. Después él se ocupo de anular el matrimonio. Yo no me quería divorciar.

“No soporto a los niños y la gente con niños me aburre: nunca me ha atraído la familia”, confiesa Sophie. No convivió jamás: buscó y encontró hombres que querían mantener su independencia. Está en pareja hace once años. El, al igual que su padre, un hombre reservado que murió recientemente, le prohibió terminantemente que lo incluyera en una de sus obras. Ella aceptó. 

“No quiero estar en la misma casa, no quiero ver la ropa sucia, no quiero escuchar si lo llama por teléfono otra persona. No quiero saber”. Sophie es contundente: “En once años, nunca le pregunté a quién veía: es su vida. Tampoco necesito hacerle un reporte diario. Tengo total confianza en él y él puede tenerla en mí.”.

Uno de sus proyectos más polémicos se desató cuando el periódico Libération la invitó a publicar, durante un mes, en una de sus páginas una imagen acompañada de texto. Sophie encontró una agenda extraviada que devolvió luego de fotocopiar. Se puso en contacto con las personas que figuraban allí para que le hablaran del hombre que la perdió. Publicó textos y fotos relativos a él. “Se refiere al seguimiento de alguien, a estar más y más cerca sin reciprocidad alguna, sin relación. Mis sentimientos cada vez eran más fuertes. Se trataba de sentimientos sin peligro”, dice la artista sobre aquel desconocido. Cuenta que llegó a fascinarse con sus gustos, sus amigos, sus bromas. Y hasta fantaseó con encontrarlo. “Me enamoré: pensaba que él iba a regresar y sería la más bella historia de amor”. Pero, cuando el propietario de la famosa agenda se enteró de lo ocurrido, amenazó con ir a la justicia. Le exigió al periódico publicar una carta de descargo y que se incluyera una foto de la autora de esos textos desnuda, tal como él se sentía. Sophie aceptó. “No quiso verme: tuve que olvidarlo”, recuerda. Sonríe.

En sus performances se diluye el límite entre realidad y ficción. Su figura es tan hipnótica que, en Leviatán, el escritor Paul Auster se inspiró en Sophie para una de las protagonistas: María Turner, una mujer que persigue a neoyorquinos, los fotografía y se acuesta con ellos. Sophie le propuso a Auster activar el mecanismo opuesto. Le pidió que escribiera un libro sobre una mujer llamada Sophie: así la artista seguía al pie de la letra todo lo que el personaje hacía. Sophie insistió, pero no hubo caso: “Paul Auster no aceptó: no quería ser responsable de lo que me ocurriera”.

El temor a la ausencia irrumpe en su vida y en su obra. En la Bienal de Venecia en 2007 exhibió un video de los últimos once minutos de agonía de su madre. La atormentaba la idea de no conocer las últimas palabras de esa mujer que amó, que consideraba extravagante y con un sentido del humor único. La dama “que mostraba una inconsciencia total en su vida de noctambulismo y alcohol”, como la describió la artista en Le Monde. Quería estar con ella hasta el último suspiro. La filmó en la cama durante tres meses. Ambas sabían que se iba a morir. Su madre empezó a leer a Spinoza. Ajustó detalles: pidió que cuando llegara el final sonara Mozart.

-Estaba obsesionada por escuchar sus últimas palabras. Creía que del mismo modo en que hay un último libro o una última palabra, habría un último suspiro. Quería ver el momento final, pero descubrí que  no se pude ver. No pude identificar el paso de la vida a la muerte.

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