Nota publicada online

viernes 23 de agosto, 2013
Gabriel Alvarez
"Los avatares en la pintura"
por Norah Longo*
Gabriel Alvarez

Todo lo que es profundo ama el disfraz… Todo espíritu profundo tiene necesidad de una máscara.      
Friedrich   Nietzsche

                                                                                 
Los Avatares en la pintura
Hay días excepcionales, esos pocos en los que el calendario contradice la lógica y la rutina. Hay días donde se  nos está permitido suspender la marcha del tiempo ordinario y desafiar la cotidianeidad. Existe ese “otro tiempo”, el de la pausa celebratoria, donde máscaras y disfraces transfiguran nuestra existencia.  
Las fiestas populares son el  patrimonio cultural que perpetúa y revitaliza la diversidad étnica. La comunidad entera olvidando sus categorías sociales y raciales se reagrupa en los festejos. Pero, también son construcción simbólica y polisémica, que pone de manifiesto imaginarios, mitos,  identidades, mezclas y complejidades.
América conoce muy bien esos términos y Gabriel Álvarez los manifiesta eficazmente en sus obras.
Porque sus pinturas convertidas en espacios ceremoniales exteriorizan, precisamente, lo que en la fiesta abunda, elementos antagónicos y complementarios, la afirmación de los valores y la subversión, el caos y el orden, la ruptura y la regeneración.
El conjunto de trabajos que esta muestra convoca nos invita, con dedicada creatividad, a un desplazamiento que recoge historias y compensa tradiciones locales e impuestas.  Nos incita a un recorrido que atraviesa Latinoamérica como continente de colores profundos, de memorias colectivas y  de realismo mágico.
El artista plantea una visión caleidoscópica, cuyo telón de fondo son las culturas mestizas, que lejos de presentarlas desde una visión monolítica, las convierte en diálogo dinámico. Las obras abordarán esta temática desde una encrucijada, desde las manifestaciones surgidas en los cruces, en el sincretismo. En algunos casos, incluso, como actos de contraconquista y de resistencia simbólica en su condición de posibilidad.
La materia enaltece la presentación, cuidadosamente seleccionada como medio expresivo es trabajada tramo a tramo para que nada quede librado a la contingencia. Hasta el mínimo gesto, apreciablemente azaroso, se plasma absolutamente meditado y calculado.
El punto de partida de cada composición es el registro inferior, que a modo de piso generativo se transforma en el territorio productivo necesario para concebir las primeras impresiones y el contacto sensible con la superficie. De allí nace la hipótesis del cuadro, del inframundo, un más allá de almas endiabladas que nos convidan a ascender al otro lado, el de los vivos. Este es su estilema, inequívocamente su huella de autor.  
La trama reticulada, como constante en la obra de Gabriel Álvarez, es el principio estructurante  para instalar un complejo sistema casi pictográfico, mediante el cual, denota y recrea seres, objetos y acciones  dotándolos de vida. También  recurre a especies de ideogramas que evocan y connotan las cualidades o atributos de los objetos figurados.
Este ordenamiento sistemático que provoca la percepción de sus trabajos, se articula con referencias temáticas de vestigios arqueológicos y antropológicos. El objetivo no es representarlos, sino aproximarnos a la prodigiosa e hibridada atemporalidad de las creencias, mediante una iconografía que recopila formas de socialización y producción de saberes.

LOS TORITOS  DE  PUCARÁ  y  DE  PETATE
Uno de los temas escogidos para esta serie  de pinturas, es el torito de Pucará, que se establecen como objetos muy presentes y representativos de la alfarería  del distrito de Santiago de Pupuja, pero que entran en el circuito comercial en Pucará, Puno.
 La figura del bovino es una presencia  milenaria y ancestral en la cultura de la humanidad. Dan cuenta de ello, innumerables representaciones y mitos. Pero, en el continente americano, el toro y la tauromaquia son recién  implantados por la conquista española. Desde allí, las danzas y ritos que lo acompañan en sus diferentes manifestaciones y relatos, pasan a ser muy frecuentes a lo largo y ancho de Latinoamérica.
Ese toro foráneo, poderoso y salvaje causó una fuerte impresión en la población nativa. Algunas investigaciones señalan que durante la campaña de extirpación de idolatrías, los toritos configurados como  hijos de las deidades originarias  fueron rápidamente incorporados, por sustitución, en vasijas de uso ritual.
Luego de la conquista y como fruto del sincretismo se actualiza la figura de este animal  en el pensamiento mágico-religioso, vinculándolo, a la festividad católica de la Virgen de la Trinidad, como a ritos paganos y carnales de marcación del ganado y pagos a la tierra.  El torito se introduce, hasta hoy, en las creencias locales como portadores de prosperidad, felicidad, fecundidad y protección.
La tradición popular acostumbra colocar una yunta de toritos, en lo alto de los techos, para proporcionarle a sus moradores estas propiedades.
Gabriel Álvarez, mengua la brutalidad del toro de fauces abiertas y lengua inquieta, que lame su propia sangre manando de sus fosas nasales. En las obras, el animal es alejado de su ferocidad. La sangre no está en su boca, sino en su cuerpo, tal vez, ganado marcado o torito herido. Los ojos desorbitados de la bestia nos brindan protección. Nos conmueven en una plenitud de colores, revalorizando la búsqueda de la simpleza en el ritual, subrayando el cuidado de los afectos y los vínculos. El tratamiento que el artista otorga a la materialidad y  a las texturas, delicadamente acabadas y brillantes, nos devuelve al mundo de la tradición alfarera.
En otras obras, Gabriel Álvarez,  nos presenta la danza del torito de Petate, nombrado así por el material con que originariamente se lo construía. Esta figura está íntimamente vinculada al carnaval del Estado de  Michoacán, pero también puede estar presente en otras fiestas religiosas.
El fundamento de la presencia del toro en esta festividad es asimilable a un diablo seductor, pagano y provocador, que libremente se inmiscuye entre los pobladores el martes de carnaval, antes del miércoles de cenizas.
El carnaval se configura como un conglomerado simbólico. Representa un tiempo instaurado para abolir lo legalmente establecido. Un período de desacralización e inversión del mundo, de la permisión y  la transgresión.  La  mascarada celebra el caos, lo expresa, para luego regenerarse en un nuevo orden.   
La ceremonia exhibe al torito de Petate embravecido, monumental y fastuosamente decorado,  transitando encendidamente las calles simulando una corrida y hasta puede batallar con otros toritos construidos para la ocasión. El  cortejo es acompañado por una procesión, comparsa y orquesta. Algunos  de los personajes que  participan del evento son  la maringuía: un varón travestido, cuya función es acompañar al toro; el caporal: el  incitador del toro para que baile y el apache: pintado de negro y falda roja, atemoriza a la gente para abrir paso al séquito. La fiesta finaliza el martes de carnaval, dando muerte al torito y repartiendo en forma simbólica sus vísceras, que no son más que alimentos que consume la población. Pero como toro imperecedero, prontamente renacerá y el orden será nuevamente instaurado.
En las obras, Gabriel, confronta la transcendencia de ambos  toritos. Los de Pucará, presentados como benefactores y protectores de los hogares y los de Petate, que personifican al pecado, la lujuria y al demonio.

LOS DIABLOS DANZANTES DE YARE
El diablo aparece en muchas celebraciones en América, si bien esta figura es implantada por el catolicismo, reaparece en nuestro continente como una  posible  reinterpretación de antiguos ídolos, vinculados al chamanismo indígena y a las antiguas cofradías y sociedades secretas africanas. Demostrando, una vez más, como el conflicto y la tensión yacen como sustrato en el intercambio y conformación de las culturas.
Gabriel introduce el tema  rescatando  a los Danzantes de Yare, como parte constitutiva de los festejos de Corpus Christi, en San Francisco de Yare, Estado de Miranda, Venezuela.
La atribución central de la expresión religiosa, que data del siglo XVII, es la rendición de los diablos ante el Santísimo Sacramento como forma de solazar el triunfo atávico del bien sobre el mal. Los participantes de la danza alimentan la creencia que ese día el diablo “anda suelto” y puede incorporarse a quien lo personifica. Por esta razón están protegidos  con amuletos, cruces multicolores, rosarios y diversos accesorios  que los identifican a  diferentes congregaciones  religiosas.
Los demonios enmascarados, danzan con algarabía por las calles, al compás de la música que brota de cajas autóctonas. Algunos, los llamados Promeseros, deben pagar una promesa religiosa por sucumbir al pecado. Entonces, la máscara permite ser otro, pero no para ocultar, si no para revelar una metamorfosis que lúdicamente restituye la devoción y el cumplimiento de ofrendas de gratitud. A Las mujeres en este catártico ritual, les está vedado participar públicamente, sólo lo hacen en la privacidad de los hogares. No portan máscaras y tienen la función de acompañar,  prestando atención y servicio a los diablos y niños.  La ceremonia finaliza al atardecer, cuando el repique de las campanas de la iglesia reúne a la diablada, que vencida y sumisa se arrodilla ante las puertas de la iglesia para recibir la bendición.
 En sus producciones, Gabriel, altera el rol femenino, convirtiéndolas en sugestivas y voluptuosas amantes, diablas amenazantes y vengativas, símbolo omnipresente de la  lujuria carnavalesca. Esta reapropiación reviste características ambiguas, en el sentido que el mal, como lo prohibido y oscuro no se erradica, sino que se reconoce y se lo integra como parte constitutiva  de la vida.
Gabriel Álvarez, a través de esta serie de obras, nos abre un mundo, conduciéndonos sin reparos y sin pausas al reverso de nuestro silencio. Empeñado en entorpecer  nuestro encierro obstaculiza nuestra indiferencia. Para proyectarnos en el espectáculo por antonomasia americano, la fiesta del espíritu. Y como cita Luis Millones Santagadea:
Las fiestas son eso: espacio, sonido, color para que las almas se entiendan.

*Norah Longo
Licenciada en Artes por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Profesora de Metodología de la Investigación en el Posgrado: Medios y Tecnologías para la Producción Pictórica del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). Profesora Adjunta de: Fundamentos Teóricos de la Producción Artística (IUNA). Dictante de seminarios en el área de Posgrado (IUNA). Directora y Jurado de Tesis para Licenciatura en la misma institución. Integra grupos de Investigación en el IUNA e independientes. Docente de otras instituciones.
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Muestra de Pinturas y objetos
Del 10 al 29 de octubre 2013
Lunes a viernes 10 a 20 hs
Galeria de Arte Aldo de Sousa

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