Nota publicada online

miércoles 9 de septiembre, 2015
Albertina Carri en el Parque de la Memoria
Instalaciones
por Pilar Altilio
Albertina Carri en el Parque de la Memoria

Operación fracaso y El sonido recobrado son una serie de instalaciones que alimentan varias capas perceptivas, obligando al visitante a sumergirse en una sucesión de interrogaciones sobre el pasado y el presente.

Para ser su primera experiencia expositiva, como enuncia el catálogo, el manejo de la puesta en escena, ejecutado junto a un equipo de profesionales que exploran la dirección de un gran proyecto, hacen de estas instalaciones una magnífica obra coral y colaborativa, tal como funcionan normalmente los proyectos fílmicos de Carri en su dimensiones de corto y largometrajes.

Podría decirse que entrar en estas instalaciones es pasar a vestirse con varios mantos de emociones y percepciones múltiples, donde el peso de la palabra es fuerte y potente, tanto como la misma palabra PRESENTE que nos recibe en la sala principal.

Presente que nos devuelve la noción de estar entre recuerdos, entre fragmentos de memorias, de registros fílmicos, de vidas que fueron evaporadas, sin encontrarse cuerpos, sino sólo algunosvestigios de informacióncomo reconoce La Ferla en el texto de presentación. El presente también enuncia una forma de volver a poner en escena como en una función que se inicia cuando el espectador del recorrido comienza su desplazamiento, porque lo que tenemos que ir deglutiendo con verdadero tiempo para entenderlo, es algo que está dentro del límite entre lo posible y lo imposible, lo que fue y lo que no pudo ser, de lo que tiene materialidad y lo que se ha desvanecido en el tiempo, de lo público y de lo estrictamente privado, familiar.

Está sugerido en los textos que hay para ver en estas instalaciones una articulación que intercambia datos de la historia personal, la familiar y la historia de un país.Operación fracasoes otro intento sobre un imposible, algo que nunca pudo concretarse y que remite a su padre, Roberto Carri quien publicara en 1968 una investigación sobre la figura de Isidro Velázquez con el eje en el cuatrerismo como forma prerrevolucionarias de la violencia. Cinco pequeñas pantallas y distintos fragmentos de voces y registros fílmicos rescatados del Museo del Cine, tramos que quedan ocultos dentro del vasto universo de aquello que como filme se produce para ser visto y reproducido. Las voces, las imágenes que van desde personajes conocidos, publicidades nunca emitidas, registros de Videla y su mujer caminando en visita oficial por la Gran Muralla china y otros interludios que apelan profundamente a quienes podemos recordar aquellas épocas, intentan rendir homenaje y a la vez hacer visible una trama en la que su padre cobra algo del cuerpo perdido.

Pero en el Sonido recobrado, a la que se accede mediante una especie de pasaje más relajado,Allegrodonde el color se aviva en una sutileza de pantalla superpuesta acompañada de algunas frases donde ya se enuncia con claridad el peso de la palabra como eje de lo que estamos por ver y escuchar. La voz de Albertina lee cartas en una distancia donde no cabe casi la emoción pues se trata casi de un dictado, donde es necesario aclarar el punto y coma, la exclamación y el punto y aparte. Pero esas cartas fueron escritas por Ana María, su madre, en un cautiverio extraño donde había comunicación con el exterior y donde hasta se podía recibir dinero o narrar el menú de cada día. Pero no es eso lo que trastorna, sino especialmente la necesidad de su madre de materializarse en una serie de indicios sobre la trasmisión de sus conocimientos, ella era profesora de literatura, por tanto les indica qué y cómo leer algunos autores, qué ver en teatro, dónde comprar un libro y hasta cómo negociar el precio con un amigo librero. Esa necesidad de estar presente en ese efímero año y pico que mantuvo esa correspondencia, es casi una hora relatada por una voz que no se quiebra en ningún momento y por esto mismo nos devuelve la posibilidad de concentrarnos en ese círculo/ mundo donde podemos ver la caligrafía ampliada al punto que el mismo papel parece una piel, una superficie para ser observada al detalle, recorrida en profundidad. Esta curiosa ambivalencia que va de la narrativa materna llena de enseñanzas recordables, a esa letra casi desdibujada y la redondez de una luna/ mundo que es lo único que cambia y parece estremecerse en un espacio totalmente privado de otra luz que no sea eso que sucede en el piso de la sala.

En las estructuras de las otras instalaciones hay un peso del soporte en el que el cine se funda, como la materialidad de la máquina de proyección o la cinta de celuloide, apartadas de la función de comunicar la imagen para pasar a ser meros objetos escultóricos que hacen ser otro al espectador de ficciones, entrar en una dimensión de lo experiencial casi sin datos visibles, sólo sonidos o apenas la luz difusa de un vestigio.

Imperdible y para ver con tiempo hasta el 23 de noviembre.

Notas más leídas