Notas Artistas

Página 12 - Septiembre de 2000
por Fabián Lebenglik

Para Cassano, la práctica de la pintura, desde su inicio, ha estado relacionada directamente con dos clases de memoria articuladas entre sí: la memoria personal y la social. Desde el punto de vista técnico, esa doble vía de la memoria pictórica ha tenido una variante figurativa fijada tanto en la evocación del paisaje urbano como en el recuerdo de lo siniestro: los osarios, como símbolos de la historia trágica y reciente de la Argentina. Por un tiempo, la figuración se fue disolviendo y en este proceso también el color cedió ante un agrisamiento de la paleta, según el cual pintura y subjetividad formaban parte de un mismo tejido. Lentamente fue recuperando el color, y junto con él también volvió la figuración, esta vez enmarcada en una organización abstracta del espacio, con elementos geométricos. En este recorrido, según el cual la pintura sería una vía expresiva y de experiencia, los componentes urbanos y cotidianos se corresponden con la nostalgia de lo que se va perdiendo del entorno, a través del contraste entre el avance de la edificación y el aislamiento y pérdida de la naturaleza. Pero si la memoria antes fue desgarramiento y luego nostalgia, ahora es una toma de distancia con su objeto, que en la nueva serie de pinturas es claramente la ciudad.
Cassano trabaja su pintura en series bien diferenciadas. Cada cuadro es parte de una trama que se explica en conjunto y que se desarrolla y avanza de una tela a otra. Este ritmo no sólo es sostenido de uno a otro trabajo, sino que también funciona dentro de cada cuadro, dándole valor y sentido a la fragmentación.
En su nueva serie, de mayor nivel de formalización, se ven paisajes y "crónicas" visuales del entorno urbano: arquitecturas, construcciones, vehículos, perspectivas fugadas, relaciones dinámicas que indican movimiento. La fragmentación se transforma en un principio compositivo tanto de la escena, como del fondo respecto del tema. Esto se acentúa a medida que avanza la serie, entre 1999 y 2000. La distancia, que ahora toma la forma de la crónica visual, transforma a la pintora en alguien que registra fotográficamente la ciudad de Buenos Aires -edificios, calles, el Obelisco, autos, volquetes, alguna escalera, una barrera- y luego toma esas fotos como punto de partida para la pintura. Es decir que el proceso de distanciamiento se acompaña de otro, de mediación. Tanto los temas como el género (la crónica) son preexistentes y la liberan de aquella carga previa que significaba la puesta en escena de una memoria dolorosa. Ahora los temas están dados de antemano: entonces la cuestión se centra en el tratamiento, la pincelada, a compartimentación de la imagen, la construcción del cuadro, la dedicación a la pintura.